domingo, 27 de noviembre de 2011

A PUNTO DE MORIR. REFLEXIONES.

Muy buenas a todos y a todas, gentiles lectores y lectoras, que os dignáis a leer este blog y a, entre otros, este humilde blogguer. En esta entrada, os contaré uno de tantos episodios de la vida, en este caso, de la mía, y os invito a reflexionar conmigo allá por el final de la lectura de este post, y si apetece, a ponerlo por escrito en comentarios.

Este episodio, sucedió hará unos seis años, mientras trabajaba en una conocida cantera/mina a cielo abierto, no muy lejana de la bella ciudad asturiana de Oviedo. Mi desempeño en ese trabajo, entre otros, era el de "pilotar" una pala cargadora, con la finalidad de acopiar ( amontonar en un acopio ) material triturado previamente por una máquina machadora de piedra, así como cargar a los camiones/bañeras que de vez en cuando aparecían en el acopio. Para que os hagáis una idea, esta cantera consta de numerosos anillos/niveles de altura, separados por caídas en talud de unos treinta metros de altura o directamente, cortados bruscamente en piedra viva. Antes de cada desnivel, existe una separación de unos diez o doce metros que se usa también como caminos de paso para los numerosos vehículos que por aquel entonces transitaban por la cantera, tanto camiones como enormes vehículos extraviales, lagartos o toda suerte de coches y máquinas cargadoras. Al borde de la mayoría de ellas, un cordón de tierra/escombros delimita el tope del camino, muy necesarios en los días de nieblas astures o de noche, pues funcionaba las 24 horas.



Luego, al pié de uno de esos caminos de paso, en uno de los anillos más elevados, estaba mi acopio. Trabajábamos por norma general dos personas, una con la retroexcavadora que alimentaba el molino de machaqueo y otra con la cargadora. Aunque no teníamos vehículo fijo asignado, esa semana y ese día concreto, yo manejaba la cargadora.



Mi lugar de trabajo era pequeño y raro. A la altitud en la que estábamos, veía casi toda la mina y su funcionamiento, mientras que a nosotros, solo la permanente humarera de polvo triturado delataba nuestra presencia en lo alto. Además, éramos la única empresa que trabajaba en ese anillo. Pocas visitas al día, buena cosa en este tipo de trabajo.

Luego estaba el acopio. Durante once horas diarias, conducía la pala por una especie de albero inclinado hacia el centro de la cantera, para darle caída al agua que muchos días nos acompañaba y permitir el tránsito de camiones, si lo hubiera. Cargar en un cono de material, subir lentamente una cuesta cada vez más empinada, descargar de manera cuidadosa, para permitir seguir el avance del acopio y futuras descargas, bajar lentamente marcha atrás, girar y volver a empezar. Todo ello, con una cargadora fea, extraña y mala. Tan mala, que me estuvo a punto de costar la vida. Aquí comienza

          A PUNTO DE MORIR. REFLEXIONES.


Era un día de trabajo como cualquier otro. Nublado, fresco, húmedo. Cazo de material para arríba, levantar el cazo antes de descargar para pesar el material, el pitido agudo que confirma el pesaje, vistazo a la báscula electrónica para confirmar que el pesaje es ( o puede ser ) el correcto, descargar, cazo casi a ras de suelo y descender. No había subido ningún camión hasta esa hora, las diez de la mañana aproximadamente, y el compañero, con las ventanas de la retro eternamente cerradas, se perdía difuso detrás de la máquina machacadora y la gruesa cortina de polvo. Nada hacía presagiar lo que sucedería instantes después...

Hacía solo tres semanas que un compañero de la cantera había muerto por infarto fulminante. Una gran persona, también operario de cargadora. Ni siquiera murió conduciéndola, sino tras una avería de las más corrientes trabajando con maquinaria pesada. Reparándo la rotura de un simple latiguillo. Para cuando llegó la ambulancia de la cantera ya no se podía hacer nada. Quizás ni a la puerta de un hospital lo hubieran salvado. Que se yo...


Tras un nuevo inicio de recorrido, sucedió la fatalidad. Tras bascular un cazo en lo alto del acopio, y mientras procedía a bajar a ras de suelo el cazo de la cargadora, esta se paró. Lo que en otra máquina no hubiera conllevado nada más que un contratiempo, en esta la cosa no fue así.

Lo normal, en el improbable caso de que estéis en esta situación, sería tirar el cazo al suelo, tirar del freno de mano, meter una marcha ( velocidad ) aunque sea a ostias ( perdón por la expresión ), pulsar el bloqueo de emergencia, en fin, hacer lo posible y lo imposible por detener/frenar al máximo la máquina. La situación exacta, era muy comprometida: al pararse la máquina, sobre todo en esa concreta, todo control que sea de tipo eléctrico/hidráulico no funciona. Así de simple. Así que tachamos el freno principal ( mitad eléctrico, mitad hidráulico ), el bloqueo, el freno de mano ( roto ), los mandos principales de dirección y del cazo ( hidráulicos ) y nos metemos en mi piel. Montado en una máquina de unas 20 toneladas, cuesta abajo, sin frenos, sin dirección y sin control. Y solo.



Añádase a ello la peculiaridad de esa cargadora concreta, cuya marca no recuerdo si era Samsung o Daewoo, que consistía en NO TENER la escalera de acceso a la cabina JUSTO ENFRENTE de la puerta de la cabina.

Solo fueron, que se yo, cuatro, cinco segundos. Puede que seis. En ese espacio de tiempo, traté de arrancar la máquina, de tirar el cazo abajo en una inútil maniobra de frenado, pues el cazo no acabó de tocar suelo, de frenar. Así pasaron dos o tres de esos segundos. De quizá seis. Todo ello cuesta abajo cada vez más aprisa y botando en una máquina fuera de control. Luego, apareció mi padre.

Veréis, soy maquinista porque mi padre fue maquinista. Es una de las grandes razones. La cuestión, es que mi padre tiene varios dones. Uno de ellos, para conmigo, es el don de la oportunidad. De aparecer siempre a destiempo, cuando no tiene que estar. Pues ahí está. Puede ser que haya aparecido dos o tres veces cuando tiene que aparecer, en lo que yo recuerdo de vida. La más importante de ellas fue ese día, en esa cantera asturiana, dentro de esa pequeña cabina, de esa maldita cargadora de los demonios. Apareció en mi mente. Me habló. Me habló desde su experiencia, desde su oficio, desde sus años, desde su amor, desde su raza. Y me recordó esa frase, que ese día, me salvó la vida.

Años ha, hablando de máquinas, de peligros, de seguridad, de muerte, de esto y de lo otro, quizás cuando yo aún no tenía ni los dieciocho cumplidos, mi padre pronunció esa frase : " Si algún día estás una máquina, en situación de peligro de muerte y no puedes hacer nada, tírate ". Tírate. Nunca necesité esa frase, hasta aquel día. Mi padre surgió de mi memoria y me dijo que me tirara.


En ese intervalo, mirada hacia atrás, para ver si la cargadora frenaría en el talud secundario que yo mismo había construido hacía dos semanas. Mala suerte, la dirección estaba ligeramente girada hacia la derecha en el momento de pararse la máquina, de modo que esta, botando ya alarmantemente, se dirigía sin posibilidad de error al precipicio. Diez metros escasos y precipicio.

En los dos o tres segundos que me quedaban, sinceramente, no se como lo hice. Se que abrí la portezuela, que retorcí el cuerpo para salvar la barandilla de la escalera y que salté. Se que caí sobre el hombro izquierdo, que rodé por el suelo unos metros y que ví desaparecer la cargadora talud abajo, tras saltarse el cordón de menos de un metro de tierra. Se que me acerqué el borde del anillo, pues quedé a escaso metro y medio y ví como la infernal máquina botaba talud abajo, sin llegar a volcar, cruzaba el camino que había treinta metros más abajo ( sin nadie pasando, GRACIAS SEÑOR ) e impactaba con el generoso cordón de tierra del anillo inferior. Por momentos pensé que caería al corte de abajo, cuarenta metros cortado a ras de la piedra. No obstante, la máquina impactó, levantando y esparciendo tierra en varios metros, botó, se subió al borde del anillo, se balanceó varias veces en el aire, como el las películas y quedó asentada en el borde de tierra. Con la parte trasera de la máquina en el aire.


Tras incorporarme y hacer revisión de daños ( magulladuras, ropa rota ) busqué con la mirada a mi compañero. No había visto nada, su máquina estaba tapada totalmente por la machacadora. Tras avisarle de lo que había pasado, comenzaron a subir " los de seguridad " de la cantera. Llamadas al jefe, informarle y eso. Remolcar la cargadora averiada y con la trasera llena de tierra hasta nuestro acopio y aparcarla.

Reflexiones : Variadas. La importancia de los padres, de la profesionalidad ( y de su falta de ) en el trabajo, de los reflejos. La importancia de la estupidez. Ninguno de mis dos jefes por aquel entonces, se personó en la obra para interesarse por el accidente, por mi, por ambas cosas. A pesar de estar relativamente cerca, algo para mi, en aquel entonces, inconcebible.

Las consecuencias de aquel accidente, fueron más bien tres. Una : Demostré que soy un currante, cogiendo la cargadora de repuesto que teníamos en el tajo, y poniéndome a trabajar apenas quince minutos después y tras rechazar tomarme el día libre. Dos : Me tocó limpiar la cargadora con la que casi me mato para... Tres : que mi jefe la vendiera sin reparar y sin preocuparse en exceso de ello.



Para mi, siempre me quedará una última reflexión, una última duda. Se que yo salvé la vida aquel día, la prueba es que incluso la báscula de mi cabina, agarrada con tres tornillos, apareció a varios metros de ella. Ni imaginarme quiero dentro de esa cabina talud abajo botando. Mi duda es : esa misma máquina, ¿ le pudo costar la vida al futuro operario ? Nunca llegaré a saberlo. De esas cosas que se te agarran en el alma y no sabes como sacarlas... Esa es mi reflexión.

Muchas gracias por vuestro tiempo y vuestra mente.

Besos y Abrazos.


PLANETA POL          @ElTioPol en tu Twitter

3 comentarios:

SATURNINO dijo...

¡¡uauuuu!!
sabes qué te digo, Pool: me alegro muchísimo no tener ninguna experiencia de estar tan al borde del precipicio (en tu caso literalmente).
Soy de los que pienso que no hay que experimentarlo todo en esta vida, también vale el que otros te comuniquen su experiencia.
¡glub!

Deyanira Díaz dijo...

Caramba, que experiencia tan terrible, es distinto cuando estas al borde por unos segundos, que estar al borde por años como los que padecen enfermedades terminales. Si uno se salva, como es mi caso, termina pensando que lo puede todo como Conan el Barbaro!!!

El Tio Pol dijo...

La verdad es que, por mis circunstancias vitales, me ha tocado vivir más de un episodio de esos que rozan la tragedia, pero nunca uno del tipo terminal ( hasta ahora, cruzo dedos ).

No son situaciones agradables, pero claro, uno tampoco las elige, sino que llegan sin aviso previo. Más material para el blog, en todo caso : ))

Un saludo !!! Y nos leemos : )